Handke y la angustia
Peter Handke
Por: Ennio Jiménez Emán
El Diario de Peter Handke El caer de la nieve, una obra maestra del lenguaje fragmentario que emparento con ciertos textos de Kafka por el desgarrado aislamiento existencial y la sombría soledad que patenta su autor en el período de su vida en que fue escrito, está traspasado de comienzo a fin por el sentimiento de angustia; constituyen esta notas brevísimas el itinerario de una introspección que se indaga e investiga sin cesar con lucidez e ironía, "plagada de la angustia más atroz", como afirma la autora del epílogo del libro en español. La angustia en estas páginas va ligada a la soledad y el autor parece sobrellevar irremediablemente ambos estados: "¿Mejor soportar la angustia que la compañía"?, anota Handke. El hecho de sentirnos seres efímeros, fugitivos en un breve viaje hacia la muerte, genera una angustia mortal que se convertirá, paradójicamente, en nuestra visceral compañera deparándonos una suerte de sustento vital. "Pienso de pronto que si me abandona la opresión que siento en el pecho, me abandonarían también las ganas de vivir." Esta es la angustia que se respira en los textos. Por medio de este estado superamos la presencia de la muerte en nuestro interior. Ella se hace una presencia real en nosotros, lo que nos permite sacar fuerzas para seguir viviendo. La angustia constituye, pues, la condición misma de nuestra existencia temporal y finita; es aquello que se encuentra siempre en el fondo del hombre, como apunta José Ferrater Mora.
Esta angustia será un sentimiento ontológico congénito. La llevamos entre pecho y espalda como un ángel guardián, sólo que éste es una suerte de ángel exterminador que en lugar de traernos paz y sosiego, más bien nos depara inquietud y desaliento; nos asfixia empujándonos hacia la desesperación: "La angustia: ya no es posible respirar profundamente; la respiración superficial, nocturna, instaurada en pleno día." No se trata de una angustia fisiológica, ni de una angustia neurótica de causas psicológicas. Es un sentimiento real que corroe la existencia. Es, sin más, la angustia nuestra de cada día que debemos aprender a sobrellevar, so pena de convertirse en pánico: "Noche serena llena de angustia consciente, soportada y, por lo tanto nunca en peligro de convertirse en pánico." ¿Y cómo define el pánico el escritor austríaco? Como una suerte de angustia exacerbada: "el pánico es insensible, un inmenso, descarnado vacío en el pecho, y la certeza, no triste sino apática, de no poder acceder ni siquiera a la locura o al suicidio."
Si nos tornamos más filosóficos, saliéndonos de la noción específica que le confiere Handke a este término, observamos que el verdadero objeto de la angustia es metafísico: poner la existencia de cara a la nada. Este es el carácter que Kierkegaard le adjudicaba a la angustia. Somos seres finitos que tenemos conciencia de nuestra imposibilidad de abarcar la infinitud; nuestra existencia está, pues, suspendida en la nada. Dice Ferrater Mora comentando la noción de angustia en el escritor sueco mencionado que "es ciertamente, un modo de hundirse en una nada, pero es a la vez la manera de salvarse de esa misma nada que amenaza con aniquilar al hombre angustiado, es decir, una manera de salvarse de lo finito y de todos los engaños."
Algo parecido sucede con Handke. El escritor austríaco parece sostenerse igualmente en la angustia mortal como un medio válido de sobrellevar la cotidianeidad; es un sentimiento que llevamos profundamente arraigado en el ser, en la pulpa de nuestra subjetividad, amarrado a nuestra interioridad: "Una tristeza como de alguien que ha salido de la angustia mortal aguda, pero sigue afectado de forma leve", apunta Handke. No existe, entonces, más que la angustia. Todos nuestros actos están empapados por ella. Todo es ilusorio, parecen decirnos estas desoladas páginas de Handke; sólo la angustia ontológica es real: "Felicidad -y sentir lleno de angustia, que es una excepción."
Peter Handke