
Lo cierto fue que posteriormente continué topándome con ensayos, crónicas y estudios suyos esparcidos en periódicos, revistas y magazines culturales de varios países y traducidos a diferentes idiomas, pero era bastante difícil encontrar sus libros en librerías venezolanas e incluso latinoamericanas, porque parecían no haber sido traducidos. Sin embargo estos, escritos en inglés, circulaban sobre todo en Estados Unidos e Inglaterra, Israel, y países del mundo árabe como Egipto, Arabia Saudita, Líbano, Argel, entre otros. Así, pues, poco a poco se fue traduciendo su obra al español y otros idiomas y se fueron conociendo y difundiendo mejor sus ideas.
Más tarde alcancé a leer las páginas de su intensa, honesta y dolorosa autobiografía Fuera de lugar. De este libro opinó Salman Rushdie que era “un acto intensamente conmovedor de reivindicación y comprensión, el retrato de una educación transcultural, y a menudo dolorosa”. En las líneas finales del texto Said, ya enfermo de cáncer, estuvo luchando contra el insomnio y viendo que no había medios para vencerlo, decidió entregarse a él hasta ir perdiendo las fuerzas y morir agotado, pero en combate y con toda su energía.
Said nació en Jerusalén en 1935 y murió en 2003 en Nueva York. Fue profesor académico en varias universidades de Estados Unidos, sobre todo en Columbia, e invitado en Inglaterra a otras tantas. Sobre política escribió sendos libros y cientos de artículos esclarecedores, especialmente sobre el asunto palestino y sus repercusiones en el Medio Oriente y la escena internacional. Palestina está en la base de su pensamiento, esa tierra que sigue siendo arrasada por la barbarie de una cruel guerra sin fin donde, como afirma el escritor judío David Grossman, la muerte es una forma cotidiana de vida y el enfrentamiento no se lleva a cabo sólo entre palestinos e israelíes sino “entre los que no están dispuestos a ceder a la desesperación y los que intentan convertirla en una forma de vida”. Igualmente sus escritos sobre el humanismo occidental clásico y contemporáneo exponen ideas certeras, esclarecedoras, bien argumentadas y brillantemente expuestas.

Para ubicar y abarcar la intención y la característica existencial de los personajes de estas tres novelas, Said echa mano de un concepto que el crítico György Lukacs expone en su Teoría de la novela, según el cual el Quijote y La educación sentimental expresan a través de sus personajes una suerte de “romanticismo de la desilusión”, en donde el concepto del tiempo es percibido como ironía y donde “el héroe individual lucha por lo que nunca consigue: la correspondencia entre su idea y el mundo”. Según Lukacs en el mundo moderno la novela sustituyó a la épica. Mientras esta última presentó un mundo de dioses y héroes, la novela a partir del Quijote refleja “un mundo caído al que Dios ha abandonado”. De esta manera, comenta Said, los personajes de estas tres novelas “no pueden adaptarse realmente al mundo histórico y secular porque están habitados por los recuerdos de lo que han perdido”. Por supuesto que Don Quijote no pudo restablecer la época caballeresca ni tampoco revivir los ideales del Amadís de Gaula, pero, argumenta Said, “la fuerza de su convicción es tal que llega incluso a someter la sórdida realidad de este mundo nuestro, extremadamente falto de heroísmo” a “un idealismo cuyo convencimiento y fervor parecen mirar atrás, a una época que ya ha desaparecido”.
Otro tanto ocurre con los dos personajes principales de la novela de Flaubert, Frédéric Moreau y su amigo Deslauriers, quienes llegan a París llenos de sueños y ambiciones: intentan convertirse en el futuro en escritores, intelectuales o filósofos y luego en políticos encumbrados. Pero nada de esto logran. Diversos sucesos y acontecimientos van truncando sus sueños, incluyendo los días de la llamada revolución de 1848. El espíritu de la revolución y de Francia han dejado de existir ya que Napoleón III, sobrino de Bonaparte, domina el país. Moreau sobrevive y va del ocio de su inteligencia a la “inercia de su corazón” y no puede concretar ninguno de los sueños intelectuales de su juventud. Para referirse al estado donde caen los personajes de Flaubert, Said cita una frase de Max Weber para quien el mundo moderno no es un lugar de perpetuo veraneo sino “una noche polar de gélida oscuridad y dureza”.
Jude el oscuro, la última novela del escritor irlandés Thomas Hardy describe un personaje sin ningún aliento de esperanza, para quien se hace imposible alcanzar algún logro: es el rey de las causas perdidas. Jude Fowley, joven campesino, empieza su camino de ambiciones y trata de completar una carrera universitaria para así obtener conocimiento, éxito y reconocimiento social. Pero no ve concretada ninguna de estas metas. En el camino conoce el dolor, el desengaño y la pena. Las dos mujeres que entran en su vida tampoco le brindan el sosiego deseado. Así, se va decepcionando hasta llegar a la degradación y finalmente a la muerte.
Para Said el personaje de Hardy va al extremo, incluso más allá del de Cervantes y Flaubert. Escribe Said: “mientras Don Quijote y Frédéric Moreau podrían haber sido capaces de alcanzar algún logro, el uno como caballero y el otro como joven relativamente rico y de buena educación, Jude está incapacitado desde el principio. Hardy se ocupa de que ambas circunstancias y sus propias incapacidades socaven todo lo que hace”. Y más adelante arguye Said irrevocablemente: “Lo que la novela ofrece, por tanto, es una narración sin redención (…) Lo que quedan son las ruinas de las causas perdidas y la ambición derrotada”.
En la novela Los viajes de Gulliver (“un libro que sin duda no es una novela, sino una sátira política con un final extremadamente deprimente”, comenta Said) Swift lleva su personaje primero a un país diminuto, Liliputh, donde por su tamaño es dueño de una fuerza impresionante y colosal, pero a la vez posee como contraparte una evidente debilidad de carácter y ceguera social y política. Luego lo ubica en Brobdingnag, donde ahora es enano en un país de gigantes en el que una vez más “ni su agilidad relativa ni su gran experiencia le sirven de mucha ayuda”; allí no se le concede a Gulliver ni una pizca de gracia redentora: desde la perspectiva de los habitantes de Brobdingnag, todo lo noble o bueno parece ser terriblemente depravado. Swift deja en el aire un sentimiento absoluto de derrota.
Y según lo que exponen estos cuatro autores en sus obras tardías leídas por Said, el optimismo ingenuo de sus primeras obras y también presente en gran parte de la literatura occidental en general, de que “al final de los tiempos el bien prevalecerá y el mal será derrotado”, queda superado o anulado. Esto parecería expresarse, como piensa Said, en ciertas obras tardías de autores occidentales (y también orientales). Pero también sabemos que de por sí la vida es una “derrota”, ante las pocas posibilidades que tenemos frente a la muerte, pero precisamente, pienso yo, esta derrota es lo que le confiere un sentido particular a la vida.

Said puntualiza con lucidez que después de todas estas guerras territoriales y firmas de acuerdos de paz frustrados, “algo que comenzó con esperanza y optimismo, terminó con amargura o desilusión y decepción”, dándole forma a una “causa perdida”. Y refiriéndose a los judíos afirma que “fueron derrotados y destruidos una vez y consiguieron regresar en una fecha posterior” (Esta idea de la “derrota” histórica y existencial del pueblo judío también la sostenía Walter Benjamin). Entonces, escribe Said, la verdadera condición de una causa perdida humana, existencial -o política- “no queda ni incapacitada por un sentido paralizante de la derrota política ni impedida por el optimismo sin fundamento y la esperanza ilusoria”. Somos “derrotados”, pienso yo, pero hay que comenzar de nuevo sin ninguna garantía.
Como escribió Said al final de Fuera de lugar, cuando estaba en tratamiento de su enfermedad, siendo víctima del insomnio y de los trastornos corporales que ella conlleva, encontraba ratos de lucidez para reflexionar sobre la vida y la existencia, y entonces el insomnio y la posibilidad de no poder descansar se convertían en su última bendición: “Para mí no hay nada tan vigorizante como dejar atrás rápidamente el sopor después de haber perdido la noche”. O como afirma David Grossman en las primeras páginas de su crudo y poético libro La muerte como una forma de vida: "A veces, la reformulación de una situación que parecía ya perdida, eternizada y fosilizada, permite recordar que no existe en realidad ningún decreto divino que nos condene a ser víctimas irredentas de la apatía y la parálisis”.
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