Por: Ennio Jiménez Emán
Al despertar, luego de haber soñado larga e intensamente la noche anterior con un universo gris, fantástico y absurdo, fascinante y tenebroso a la vez, poblado de extrañas criaturas, tengo la sensación de haber visitado una de las etéreas e ignotas comarcas en claroscuro que produjo la febril imaginación del pintor francés Odilon Redon (1840-1916). Sumergido en los bajos fondos del Ser, en las tinieblas de la psique, este universo onírico imaginado por Redon parece ser una suerte de doble psicológico de nuestro inconsciente, donde impera sin embargo una atmósfera visual empapada de una tétrica belleza poética, capaz a su vez de llevar el espíritu a estados de ascenso y elevación.
Admirado por Gaugin, Denis, Degas, celebrado por Mallarmé y Huysmans, entre otros, Redon se cuenta entre los artistas más originales de su tiempo, y está llamado a convertirse -si ya no lo es ya- en una de las más importantes referencias e influencias de la pintura figurativa y fantástica del siglo XX. Su nombre habría que colocarlo al lado de Bosch, Blake, Goya, Ensor, Ernst, Magritte, en cuanto a la construcción de una obra que bordea los límites del pensamiento, la imaginación, el psiquismo humano. Dueño de una creatividad desbordada y alucinante, el pintor asumió su arte como una forma de desnudar su inquietante mundo interior, como una suerte de medio para exorcizar los fantasmas de su inconsciente. En este sentido, el crítico Alfred Werner ha escrito: "Es bastante posible que de no haber encontrado Redon realizarse en su trabajo, se hubiera vuelto loco. Su delirio, su fiebre, fueron anulados por la creación de lo grotesco, como el espanto en algunos de los cuadros de Bosch, Goya, Fuseli o Blake."
Desde sus inicios, Redon utilizó colores oscuros, manejando técnicas como el carbón, el aguafuerte, el pastel y la litografía, constituyendo esta última la que dominó con mayor maestría; sólo hasta el año de 1890 comenzó a utilizar elementos colorísticos en su obra. Estuvo ligado al Simbolismo, movimiento literario y estético que alrededor del año 1885 surge en Francia rompiendo con los cánones cientificistas y realistas, los cuales habían imperado continuadamente en la literatura y en la pintura desde el Romanticismo hasta el Impresionismo (aunque una obra de Redon, El ojo como un globo extraño se dirige al infinito, es de 1882).
Incluyó también en su obra elementos presentes en la estética romántica: esoterismo, teosofía, temas míticos y religiosos. Tendencia eminentemente literaria, el simbolismo plástico para muchos críticos es el equivalente del simbolismo literario y tiene como una sus tendencias filosóficas centrales expresar o representar la idea interior u onírica, a través de una forma sensible, de una imagen. Expresar esta idea, en sentido platónico, es expresar un poco la realidad última y esencial presente en la interioridad humana. Redon trató de concretar en su arte este postulado y de llevarlo hasta sus últimas consecuencias: intenta, entre otros motivos, presentar en su iconografía un sentimiento religioso que lo conecte con la realidad secreta y misteriosa de las cosas; se trata de asumir el hecho plástico como una búsqueda de la belleza ideal, en su caso una belleza grotesca conectada con el lado oscuro de la psique, tal como queda representado en lo que hemos designado como su obra negra (su obra gráfica en carbón, pastel y grabado), dueña de un hechizo fantasmagórico, nocturno, producto de veladas visiones de la conciencia personal y colectiva que se hacen en parte visibles a través de la imagen y que en cierta manera escapan a los actos volitivos del pintor. Ya lo afirmaba el propio Redon: "Nada se hace en arte sólo por la voluntad. Todo se hace por la sumisión dócil a la llamada del inconsciente."
Un visionario de lo sublime y lo siniestro
No vacilaríamos en calificar a Redon como un visionario de lo sublime y lo tenebroso, de lo siniestro-lírico, que mezcla lo poético con lo mórbido en una insólita síntesis visual, dueño de una iconografía que, además de contener elementos de la imaginación romántica y simbolista, presagia al surrealismo pictórico. No por casualidad esa imaginería del caos, lo grotesco, la mutilación, de la fragmentación y la discontinuidad espaciales patentes en su discurso plástico, han llevado a algunos a presentarlo como uno de los precursores del Surrealismo, en lo que se refiere a una iconografía donde se anula la profundidad, las figuras son distorsionadas, absurdas o fantásticas; está presente la exageración formal, la indefinición o desvirtuación volumétrica.
En su obra en blanco y negro, Redon recrea un espacio de la mente que expresa nuestro ser intemporal con frecuencia patentizado o representado en los sueños ("el estado subjetivo fundamental", según Bachelard), tal como lo presenta en su colección de grabados En el Sueño (1879), donde deambulan personajes sonámbulos, mutilados y ojos alados en continuo ascenso. A nuestro parecer, esta serie de grabados son producto de lo que el crítico Gaston Bachelard llama la imaginación dinámica, y en ella asistimos a una dialéctica del abismo y de las cumbres. En un mundo sin gravedad, las etéreas figuras flotan en las pesadas atmósferas con impulsos simultáneos de ascenso y descenso: el ojo cósmico y vigilante, la cabeza degollada y la esfera que asciende livianamente en medio del paisaje como burbuja o pompa de jabón, en el perímetro de un universo decolorado y borroso. Sin duda alguna, un paisaje psíquico muy similar al que nos presentan los sueños. En su libro El aire y los sueños, el referido Bachelard ha definido el dinamismo del estado onírico de manera precisa: "Durante el sueño no vivimos nunca inmóviles sobre la tierra. Caemos de un sueño a otro más profundo, o bien hay en nosotros un poco de alma que quiere despertarse: entonces nos levanta. Subimos o bajamos sin cesar. Dormir es descender y ascender como un ludión sensible en las aguas de la noche."
En sus series litográficas, desbordadas de nocturnidad: A Edgar Allan Poe (1882), Los Orígenes (1883), Homenaje a Goya (1885), La Noche (1886), La Tentación de San Antonio (1888), Sueños (1891) y El Apocalipsis de San Juan (1889), notamos la importancia que tiene el color negro como sostén expresivo primordial y nutricio de su mundo bizarro y fantasmagórico. En efecto, en sus Diarios, el pintor anotaba: "Uno debe admirar el negro. Nada puede corromperlo. No complace al ojo y no despierta la sensualidad. Es un agente del espíritu mucho más importante que el bello color de la paleta o el prisma." En ese topos donde se entrecruzan lo real y lo imaginario, poblado por seres del inframundo espiritual y onírico pululan toda suerte de imágenes, metamorfosis, transfiguraciones: criaturas mutiladas, ojos alados y fulgurantes, cabezas cortadas, mónadas, ángeles, demonios, quimeras, sátiros, pegasos, centauros, serpientes; temas de la iconografía cristiana: Cristo, Lucifer. Imágenes del Libro del Apocalipsis y temas de la literatura: ilustraciones a obras de Edgar Allan Poe, Baudelaire, Flaubert, Bulwer-Lytton.
"Aquí está la pesadilla trasladada al arte", expresó el novelista y crítico Joris-Karl Huysmans, después de visitar una de las exposiciones de Redon. Y en efecto, su obra en blanco y negro como expresión del sueño en su estado prístino, no puede excluir la pesadilla como una de sus principales manifestaciones. Observando ese mundo oscuro pesadillesco construido por Redon, constatamos sin embargo como este pintor asumió su arte, no sólo como expresión del terror caótico que percibimos en los sueños y que a veces nos asalta en la vida despierta, sino también como una salida exorcizante frente al demencial vacío espiritual de todos los días. Ese pequeño halo de luz que tenuemente alumbra la tenebra en sus cuadros, ¿no presagia acaso el pasaje de la nigredo a la albedo, la posibilidad de un nuevo despertar a la claridad, tal como reza uno de los postulados alquimistas? Escribe Bachelard: "Sobre la materia negra se presagia ya una leve blancura. Es un alba, una liberación que surge. Entonces, realmente, todo matiz un poco claro es el instante de una esperanza. Correlativamente, la esperanza de la claridad reprime activamente la negrura".
Ilustraciones: grabados de Odilon Redon
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