viernes, 5 de mayo de 2017

Las ciudades delirantes de William Burroughs


Por: Ennio Jiménez Emán

     
     Ciudades de la noche roja, uno de los más ambiciosos libros de ficción de William Burroughs (1914-1997) que he leído, es a la vez novela policíaca, texto de ficción y narración de piratas. Burroughs es representante típico de la llamada "generación beat" estadounidense, escritor de poca garra cuyo estilo narrativo es más de corte documental y de guión cinematográfico que propiamente literario (aunque siempre interesante como reflejo de una época), con buenos momentos de luminosa prosa poética y produjo clásicos y crispantes documentos sobre la pesadilla de la drogadicción. Almuerzo desnudo, Yonqui, son ejemplos característicos de las décadas de los sesenta-ochenta del siglo XX, signadas por el nihilismo -y en Burroughs también por el agnosticismo- la subversión y confusión moral, estando su autor siempre "empeñado en imponer una visión apocalíptica del mundo y de la vida dominada por el vértigo de la droga y la homosexualidad" a la moda, llevando la misma al paroxismo -dando al traste incluso andando este siglo XXI-, estados que como ya hemos visto por lo general degeneran en una sórdida y patológica vacuidad existencial y que el novelista estadounidense insistió en ensalzar en sus libros como vía para alcanzar "un tipo de plenitud más o menos maldita", al decir de uno de sus críticos, siempre contrapuesta a la moral convencional. Es preciso aclarar que para Burroughs, aparte de la narco-adicción a los estupefacientes, toda persona sujeta a una necesidad es un drogadicto, siendo las peores drogas el poder (de cualquier índole) y el sexo (tanto heterosexual como homosexual), que mantienen a los sujetos cautivos en su dependencia. Androginismo, lesbianismo, transformismo, sadomasoquismo son otras de las formas distorsionadas que obsesionan a la decadente y perversa sexualidad y moralidad de nuestros tiempos, y que no son sino signos de una desgarrada y mutilada identidad en una traumada civilización que, aún en nuestros días,  no alcanza a fraguar sus valores.  
     En Ciudades de la noche roja, Burroughs pone en discurso un mejor estructurado proyecto verbal que, sin embargo, a mitad de camino parece naufragar en la ambigüedad y el delirio narrativos, donde presenta, con una ironía despiadada, un sórdido e intemporal panorama de nuestra civilización a través de una prosa fulminante que en sus buenos momentos vivisecciona la realidad con descripciones de una causticidad aterradora: un lienzo donde, a ratos, se patenta la desolación de nuestro tiempo, la soledad del sexo y la muerte y donde se entrecruzan visiones de El Bosco, Sade, Rimbaud, Celine.  
    Burroughs construye el argumento con tres historias que se combinan alternándose, creando una trama un tanto contrapuntística, inconexa y difícil de seguir. Veamos. Clem William Snide, un detective homosexual viaja por varias ciudades del mundo investigando supuestas y extrañas muertes (o desapariciones) de jóvenes a manos de una secta que practica inusuales ritos de transmigración espiritual, magia astral, sacrificio sexual y drogadicción, encargada de esparcir el virus B-23 en Occidente, virus que, actuando sobre el sistema nervioso, provocaba un frenesí sexual que en su momento paroxístico terminaba en estrangulación y ahorcamiento por los participantes en el momento del orgasmo, lo cual era circunstancia favorable para su transmisión. Dicho virus, supuestamente, tuvo su origen en las ciudades de la noche roja producido por la radiación roja que contaminaba las ciudades y que probablemente era causada por un meteorito que cayó en los alrededores (hoy Siberia), la cual esparció una plaga conocida en su momento como La Fiebre Roja. En la actualidad varios mutantes en el mundo poseen el mismo y están agrupados en algunas sectas ubicadas en puntos claves del planeta. La inoculación y propagación del virus está siendo investigada paralelamente por el sabio Dr. Pierson, adicto a la heroína.
      Junto a esto, Burroughs intercala fracturadamente una narración de piratas que va en contrapunto con la trama principal. El capitán Strobe es rescatado del patíbulo en Ciudad de Panamá en 1702. Simultáneamente, el mismo año Noé Blake, joven aprendiz de pirata y de escritor que lleva un diario, y algunos amigos, se embarcan con el capitán Opio Jones en El gran blanco en una travesía por varios puertos: Nueva York, Florida, Charleston, Jamaica, Veracruz. En un simulacro de captura son abordados por el corsario Krup von Nordenholz y Strobe a bordo de La sirena, barco que es una suerte de ciudad utópica y promiscua en miniatura en alta mar; posee una tripulación de jóvenes trasvestis y adictos reclutados en Trípoli, Madagascar y África Central y llevan buenas cantidades de droga y estupefacientes. Su misión: comercio en el hemisferio occidental, cultivo de opio y hachís, adormidera, azúcar y ron, con una posible conexión con una revolución política y militar en América y el Caribe. Además de esta misión, las intenciones de los piratas son claras. Strobe declara: "Todas las religiones son sistemas mágicos que compiten con otros sistemas. La iglesia ha reducido la magia a aquelarres cuyos oficiantes están ligados entre sí por un miedo común. Podemos unir a las dos Américas en un gran aquelarre de los que viven bajo las ordenanzas unidos contra la iglesia cristiana, católica y protestante. Nuestra política es fomentar la práctica de la magia e introducir creencias religiosas alternativas para romper el monopolio cristiano."


     Al investigar el caso de un joven arqueólogo desaparecido, John Everson (otro será Jerry Green, adicto a las drogas sucias, a quien el coronel Dimitri, contacto del detective en Grecia, ha encontrado decapitado y embalsamado en en un baúl en el puerto de El Pireo), en Ciudad de México, Snide descubre en la trastienda de un club de vicio el original de un libro secreto (que está en manos de un joven y perverso millonario), escrito por un cronista anónimo de la época, donde se cuenta la historia de dichas ciudades, además de un códice que contiene una serie de leyendas, mitos e historias ilustradas de las mismas a las que el detective posteriormente, y en una misión diferente, le tocará reescribir y animar. Al dar por terminada su misión y descubrir que Everson está vivo, sólo que ahora es un mutante con un espíritu diferente y con la identidad cambiada y que fue secuestrado para cambiarle de personalidad y liberarle así del yugo de sus padres, Snide, a petición del joven millonario, y por parecerle tan extraordinaria la narración se propone reescribir la historia de las ciudades de la noche roja, para ser luego editada y posteriormente escribir un guión con objeto de realizar un film. El detective, ahora escritor (alter ego de Burroughs), en el Libro Segundo de la novela, incluye entonces en su texto una narración sobre piratas en la que está trabajando y lee en el texto del cronista la historia de las ciudades que él mismo recreará, incluyéndose él mismo como personaje, a los piratas de su relato y a otros conocidos. Aquí Burroughs utiliza paroxísticamente el recurso del relato dentro del relato: el escritor que escribe un libro (Burroughs), y en el texto existe otro autor (Snide), que escribe a su vez un libro donde otro autor escribe un libro (Blake) que,  finalmente, descubrimos que es escrito por un griego, el Dr. Dimitri. Recurso que, desde Cervantes en el Quijote, ha sido utilizado por varios autores modernos y  contemporáneos: Calvino, Cortázar, García Márquez, entre otros. 
     Posteriormente, en el relato delirante escrito ahora por Snide, basado en el manuscrito, el barco La sirena se convierte en un buque fantasma tripulado por ahorcados provenientes de las míticas ciudades de la noche roja, quienes son hijos de un solo ahorcado por inseminación artificial. Todos son seres transmigrantes de aquellas ciudades. El barco sirve como una especie de máquina del tiempo en la cual los ocupantes viajan por diferentes épocas hasta llegar, en un viaje de regreso, a las originarias y nada románticas urbes rojas. Entonces los piratas devienen como contrabandistas intergalácticos que al llegar allí, según el texto escrito por Snide-Burroughs, realizan diversas peripecias: de farra en un bar del barrio chino de Ba'dan, ciudad del crimen, aúpan a Krup y Strobe, quienes son los sacerdotes del vicio. Las luces de otra ciudad, Yass-Waddah, titilan al otro lado de la bahía donde habitan sólo mujeres, hermafroditas y seres transplantados por las primeras. Una vez en el antro, con armas que lanzan sustancias afrodisíacas, en una "cálida noche eléctrica", presencian peleas y ahorcamientos. En una sala espejos y cámaras de video, ven a sus compañeros como seres mutantes: cuerpos de hombre con cabeza de mujer y viceversa; nuevas gorgonas que "agitan el pelo alrededor de sus cabezas como llamas del infierno." Hasta aquí nos parece que el recurso experimental de mezclar el relato de ciencia-ficción, el discurso filosófico y el verismo son manipulados por Burroughs de forma enrevesada en perjuicio del argumento.



Una visión de patíbulos y ciudades en llamas de El Bosco

     Pero vayamos a las ciudades. En las mejor logradas y fulminantes descripciones, Snide-Burroughs parece presentarnos una radiografía de las apocalípticas metrópolis contemporáneas. Las seis "utópicas" ciudades de la noche roja: Tamaghis, Ba'dam, Yass-Waddah, Naufana, Waghdas y Ghadis estaban ubicadas  en un lugar indeterminado en lo que era el desierto de Gobi hace cien mil años, supuestamente anteriores a ciudades históricas y míticas como Uruk, Nínive, Sodoma y Gomorra, Babilonia, Bizancio, aunque en la narración reúnen signos característicos de todas ellas: allí el narrador sitúa los orígenes de la raza blanca como mutación de la negra. En la época originaria existían ríos, oasis y lagos y la población disponía de universidades y centros de saber. En una época tardía, el desorden, el caos, el hacinamiento, las pestes, plagas y guerras imperantes devastaron la población. Para esa fecha ya eran consignados cincuenta y siete tipos de enfermedades venéreas endémicas. Por los efectos de la noche roja, las mismas fueron abandonadas, huyendo los sobrevivientes a diversos lugares y cruzando algunos el estrecho de Bering hasta el Nuevo Mundo, donde se radicaron en la zona ocupada posteriormente por los Mayas. En la reescritura de Snide-Burroughs, reviven ahora como poblados libertinos y decadentes donde se ofician todo tipo de transgresiones. Aparecen en estas páginas en paralelo con diversas ciudades modernas: Nueva York, Lima, Ciudad de México, Tánger, Atenas, Túnez. Veamos: Tamaghis, núcleo de enfrentamientos de guerrillas tranzadas en una guerra biológica; Ba'dam, lugar de juego y comercio: "Se parece bastante a la Norteamérica actual, con su precaria élite adinerada, su extensa clase media descontenta y un segmento igualmente amplio de delincuentes y fuera de la ley. Inestable, explosiva y barrida por torbellinos de revueltas"; Yass-Waddah, centro del poder femenino que planea subyugar las otras ciudades; Waghdas, centro universitario y de aprendizaje; Naufana y Ghadis, ciudades de la ilusión. 
     En ellas los habitantes estaban divididos en dos clases: los Transmigrantes (homosexuales que reencarnan inmediatamente después de morir) y los Receptáculos (parejas heterosexuales que procrean sólo para asegurar el renacimiento de los primeros). Los Transmigrantes poseen, pues, los poderes de la profecía y la proyección astral, capaces de prever el futuro y de determinar la fecha exacta de la muerte, la cual por lo general era practicada antes de la vejez y de las enfermedades de la edad avanzada en un rito cruel que terminaba en el ahorcamiento, la estrangulación y el suministro de drogas a los Receptáculos en el momento del orgasmo, lo cual aseguraba la transferencia gozosa del espíritu hacia otros cuerpos, tal como lo practicarán después en el siglo XX las sectas que querían revivir dichos ritos y que investigaba el detective Snide. El narrador apunta: "Parece probable que las quemaduras, apuñalamientos, envenenamientos, estrangulamientos y ahorcamientos fueran en gran parte alucinaciones terminales provocadas por el virus, en el punto donde la línea entre ilusión y realidad se rompe". Y en otra parte: "El virus es como un pulpo enorme en los cuerpos de la ciudad, que muta en formas proteicas: la Fiebre Asesina, la Fiebre Voladora, la Fiebre del Odio Negro. En todos los casos las energías del sujeto se centran en una actividad u objetivo. Hay una Fiebre del Juego y una Fiebre del Dinero, que a veces infecta a los indoloros; con los ojos saltando chispas, son atraídos por el dinero con una tremenda avidez, temblando como arpías hambrientas". ¿No es esto lo que ocurre cotidianamente en nuestras promiscuas ciudades? Además de estos virus, existen virus como el Sida, tan peligrosos como el radiactivo B-23 y que amenaza con contaminarlo todo. 
     El color rojizo -como vimos- "como un reflejo de un hongo gigantesco" que se percibe por las noches proviene para algunos de un meteorito que cayó en las cercanías de Tamaghis, dejando un cráter de treinta kilómetros de diámetro que otros creían ocasionado por un agujero negro, a través del cual "los habitantes de aquellas ciudades antiguas viajaron en el tiempo hasta un atolladero final". Las radiaciones del color afectaron a los pobladores con diversas mutaciones sobre el color del pelo y la piel, originando mutantes blancos y albinos que fueron sustituyendo a los negros originarios. El desarrollo científico y mental llegó allí a tales extremos, que el narrador, ironizando la avidez cientificista contemporánea que ha llegado en nuestros días a la robotización humana, declara: "El Consejo había comenzado a producir una raza de superhombres para la exploración del espacio. En lugar de eso, produjo una raza de voraces vampiros idiotas". Veamos la descripción de una noche en Tamaghis, antigua y futurista a la vez, que podría ser la noche de cualquier jungla de asfalto de hoy: "Cazadores de Perros, Espermáticos, Sirenas y Policía Especial del Consejo de los Elegidos que se infiltran en Tamaghis desde Yass-Waddah. Los Cazadores de Perros se apoderan de todos los jóvenes que encuentran en las zonas de Juegos Limpios y los venden a los estudios de ahorcamiento y agentes de semen. Los Espermáticos son piratas que operan desde fortalezas situadas fuera de las murallas de la ciudad, atacando a las caravanas y trenes de suministros, cavando túneles bajo los muros para hacer sus presas entre los cascotes de las afueras de la ciudad. Son fueras de la ley que cualquier ciudadano puede matar como a los cuatreros". La destrucción de Yass Waddah (suerte de ancestral Gomorra ocupada por mujeres)  por los hombres vecinos de las otras ciudades, constituye el principal episodio de esta epopeya apocalíptica, ya que simboliza el triunfo de los sodomitas sobre las féminas a quienes querían desaparecer de la Tierra.  
     La narración final -Libro Tercero-, es un texto delirante donde se entremezclan todos los planos narrativos produciendo una suerte de colapso verbal; una brutal galería de perversiones sexuales y pavores existenciales: amotinados, revoluciones y guerras entre las ciudades; un caos apocalíptico que se riega como lava y en el cual hacen caldo de cultivo los delincuentes, criminales, traficantes y aberrados de toda laya en un clima de frenesí orgiástico: proxenetas, onanistas, invertidos, violadores deambulan en el marco de una pesadilla de aire tecnológico y arcaico a la vez, decorada con escenarios de un sórdido Hollywood decadente en una paroxística secuencia de fin de mundo. Por aquí pasearán todos los personajes, trastocados: se encuentran los personajes de la narración ficticia con los "reales" en situaciones surreales y absurdas, actuando en una suerte de ópera bufa (el detective, los piratas, el Dr. Pierson, Dimitri, los perversos jóvenes). Los elementos y planos narrativos son llevados a la exasperación verbal: los ingredientes de ciencia-ficción y narración fantástica y filosófica; datos científicos, elementos de hechicería, esoterismo, ocultismo, magia negra, neoplatonismo, orfismo, antropología, historia, atropelladamente mezclados con el realismo en una no bien lograda dosis, le restan a la narración cualquier verismo cáustico contundente.
     Sólo al final descubrimos, echando mano Burroughs de un recurso manido y banal que el argumento de la novela ha sido generado por un delirio alucinatorio producido por una sobredosis de heroína de los tres jóvenes cuyas supuestas desapariciones son investigadas en la "realidad" por Snide: Audrey, Jerry Green y John Everson. Los tres jóvenes, hijos de familias adineradas en Estados Unidos, han huido de sus hogares lanzados a un periplo de drogadicción vía Katmandú que primero los llevará por diferentes lugares de Europa hasta anclar en un hotelucho de Atenas donde ingieren una sobredosis, adquiriendo Jerry un supuesto virus: ¿Sida? La historia de las ciudades relatada por ellos en el delirio, desconocidas por los tres jóvenes es recogida por el doctor griego que los trata en una clínica ateniense, Dimitri, quien lleva el mismo nombre que el coronel, en presencia del detective Snide, y que supuestamente es quien escribe el texto principal.
     Lástima que un argumento que pudo ser bien resuelto, una buena historia policíaca, de piratas y de ficción fantástica termine en un desenlace a la vez facilista y enrevesado. El texto naufraga entre la inverosimilitud y la ambigüedad de lo ocurrido. La trama y los personajes se diluyen en un delirio narrativo: una maraña de imágenes, escenas, diálogos y situaciones que, más que asquear, finalizan por aburrir o abrumar. Con poca habilidad Burroughs opta por armar un collage surrealista donde todo se disuelve en una incoherente utopía y tétrica fantasía -con momentos de buena prosa- que, como totalidad, pudo llegar a convertirse en una descarnada y vital alegoría, en una desollada metáfora de la usualmente colapsada civilización de nuestro tiempo.

                       Retrato de Burroughs:  Foto de Richard Avedon intervenida por E.J.E.       

                                             

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