domingo, 31 de octubre de 2010

Tres poemas de Ennio Jiménez Emán



Poemas pertenecientes al libro Rito de desvelo,
Ediciones Imaginaria, 2010, San Felipe, Edo. Yaracuy,
Venezuela.


Intuición

A veces tu vida es
como un tonel sin fondo
donde trasiegan
los olvidados
los beodos
de la vendimia
los sacrificados
a un ídolo
antiguo
entre pámpanos
retoza un dios
o apostado
en mesas empedradas
derramando el vino
sus himnos
sin esperanza.


Oficio

Transcribo furores
en borrosos papeles
rito de desvelo
noche sin edad
corrigiendo vocablos
en blancas hojas
formas del secreto
gramática de lo oscuro
que se desliza
en la sangre
en el vitral de la mente
alquimia que aclara
la savia del idioma
cópula
en el altar del verbo
letanía de palabras
en el cristal del tiempo
que ama nuestra sombra.


Amor al arte

Por ti me embarcaré
en un sueño antiguo
en la edad de la noche
por ti viviré
el humilde día elegíaco
hasta el fondo
atribuladamente vivo
en el claustro de tu belleza
encantado
rompiendo los mármoles
fríamente adosados
en templos vacíos
en ebriedad incongruente
con alma enfebrecida
mente despejada
umbral tocado
el numen perfecto.

lunes, 11 de octubre de 2010

Poe en Nueva York

Por: Ennio Jiménez Emán


Las fotografías urbanas de Manhattan y el Bronx, y las de interiores de la cabaña que habitó Poe en el Bronx, corresponden a E.J.E. Igualmente el collage que ilustra el Blog.




Desde su primer contacto con esta ciudad cosmopolita (1831), Poe estableció una relación ambivalente con la misma. Por un lado, detestaba las aglomeraciones urbanas y los cenáculos de encumbrados, engreídos y mediocres intelectuales; por el otro, buscaba sumergirse en el dinamismo de una gran ciudad que le brindara oportunidad de ejercer sus dotes de escritor y crítico. Aunque el poeta, criado en Virginia, había vivido en Boston y Baltimore se encontraba ansioso de establecerse algún día en Nueva York definitivamente, hasta donde habían llegado sus éxitos como escritor. En esta ciudad Poe pasó quizás sus peores momentos existenciales, y produjo a la vez sus obras mejor logradas desde el punto de vista literario.

Su carrera como escritor fue vertiginosa. Su primer libro, Tamerlán y otros poemas, lo hizo imprimir de su propio bolsillo, sin nombre, en Boston, en 1829, el mismo año en que murió su madre adoptiva. En 1831, luego de haberse hecho expulsar de la Academia Militar de West Point llegó entonces, por primera vez a Nueva York con unos cuantos dólares en los bolsillos, que habían reunido sus compañeros cadetes de la academia para que editara un nuevo volumen de poemas. Ese mismo año lo publicó: Poemas, ahora sí firmado con su nombre en el cual autor incluye textos nuevos, otros viejos y algunos corregidos y mejorados. Empezó a ganar fama. Algunos de los poemas de este libro están considerados hoy en el mundo anglosajón como obras maestras que fueron guía y síntesis para el simbolismo poético del siglo XIX, tal es el caso de “La Ciudad del Mar”, cuyos versos iniciales rezan: “He aquí que la muerte ha erigido un trono en una extraña ciudad solitaria allá lejos, en el sombrío Oeste”.

Aunque logró publicar este libro, los meses que el poeta pasó en la ciudad, fueron desgraciados; casi sin un céntimo, vagó de un sitio a otro y es probable que haya pernoctado en oscuros albergues. Presa de presiones psicológicas y de estados melancólicos, seguramente aquí se consolidó su afición a la bebida y al consumo de láudano. La crisis del abandono de West Point y la ruptura con su padre adoptivo, John Allan, habían hecho estragos en la frágil constitución nerviosa de Poe, y estalló con toda su potencia en esos días neoyorquinos. Dicha constitución la heredó de sus verdaderos padres, David Poe, actor de teatro, bebedor impulsivo y sometido a diversos cambios de humor; y de Elizabeth Poe, actriz, mujer de temperamento exaltado, poseedora de un encanto mórbido. Para uno de sus biógrafos el poeta fue depositario de “factores hereditarios enormemente desequilibrados y funestos, bajo cuyo peso veremos errar a Poe en el oscuro espacio que media entre el genio y la locura”. Su trágica y atribulada vida encaja, pues, muy bien, dentro del parámetro del “poeta maldito”, modelo del genio durante el siglo XIX.

Vuelto a Baltimore después de unos meses (no se sabe cuántos exactamente) en Nueva York, vivió una existencia de verdadera pobreza, casi de miseria material y comenzó a escribir prosa. Muerto su hermano, se instaló en su buhardilla, y de allí salieron sus primeras doce narraciones cortas (short stories), hoy día consideradas piezas magistrales, publicadas casi todas en el Philadelphia Saturday Courier. Volvió a Virginia peleado con su padre adoptivo y encontró como protector a Thomas White.

En Richmond, desde pequeño, Poe fue educado en la más rancia tradición aristocrática por sus ricos padres adoptivos. En Virginia fungió como redactor de periódicos y revistas, se hizo cargo de su tía Mrs. Clem, y de su prima Virginia, con quien después se casó en 1836. Esta mujer enfermiza de 14 años, de frágil constitución, casi etérea y de inmensos ojos, (Poe la llamaba child wife), fue un verdadero alivio para el atormentado poeta, y parece haber sido el arquetipo de muchos de sus relatos; algún crítico opinó que “Las mujeres de las historias de Poe son casi incorpóreas, seres etéreos de belleza enigmática y casi siempre cercanos a la enfermedad y la muerte”.

En Richmond se fue consolidando como cuentista y crítico de primera línea, y cuando su protector se vio en dificultades financieras, fue de nuevo a instalarse en Nueva York en 1836, donde paso dieciocho meses. Estos meses no fueron de grandes pronósticos; asistió en la ciudad como espectador de una de la más aparatosas bancarrotas que padeció la urbe; grandes y prestigiosas empresas quebraron y no pudieron cancelar a sus ahorradores y pequeños comerciantes se arruinaron. The New York Review, que pensaba tener a Poe como colaborador, cerró sus puertas. Pudo vivir unos meses en la ciudad gracias a los buenos oficios de la tía Clem que estaba con los esposos Poe. En Carmine Street, abrió una pequeña pensión y con el poco dinero de los inquilinos, lograron solventar el gasto de algunos meses. Sin embargo, en estos días de penuria económica el poeta escribió su obra más larga en prosa: Narración de Arthur Gordon Pym. Con esta pieza, su autor se convierte en un precursor de la ciencia-ficción; considerada por su torrencial derroche de imágenes y visiones, como uno de los relatos más grandiosos que Poe haya escrito nunca. De nuevo la ciudad, de manera inexplicable, le motivaba fuertes dosis de inspiración. La atmósfera romántica, a veces un tanto siniestra y fantasmagórica que irradiaba Nueva York, con sus toques góticos y la silueta espectral que dibujaba en la distancia alumbrada por las débiles luces de gas, debió impresionar a Poe.

De aquí paso Poe a Filadelfia. En estos días aparece en Baltimore su cuento maestro, "Ligeia" donde campea la interacción entre el amor, la belleza y la muerte, envuelto en una atmósfera espectral. Según el crítico Walter Lenning, “Con esta narración Poe supera todos los modelos corrientes de historias románticas de espíritus y sueños. Un medio y una nostalgia primitivos susurran juntos en un oscilante y simbólico sueño de opio”. Empieza también a escribir sus relatos de corte policíaco (el ciclo del detective Dupin): Los crímenes de la calle Morgue, El misterio de Marie Roget, con los que funda el género. Para Joseph Krutch (1926), “Poe inventó las historias detectivescas para no volverse loco”, tal era la atmósfera fantasmagórica y trágica en la que parecía envuelto: padecía de extravíos mentales, accesos de locura, delirios alcohólicos, enigmáticos estados de angustia, crisis de nervios, depresiones melancólicas, manías persecutorias, hipocondría, alucinaciones. En esta ciudad también apareció, en esa época, El escarabajo de oro, una de sus más famosas narraciones. Se editó toda su obra en prosa anterior, y su fama como literato, crítico y poeta se agrandaba cada vez más, a pesar de no haber podido fundar aquí una revista propia.

Durante su estadía en Filadelfia, también fustigó, en diversos periódicos, a los escritores que hacían críticas mercenarias para destruir, reseñas que eran pagadas por los libreros y editores y donde se perdía la objetividad. La situación en la ciudad se le hizo cada vez más insoportable, debido a las disputas con los círculos literarios y por la animadversión que generó entre los escritorzuelos locales.

De aquí, otra vez a Nueva York, en su última y más larga estadía: 5 años. Llega en abril de 1844 con Virginia, muy delicada de salud (tenía tuberculosis). Por una temporada se mantuvo a flote con la venta de algunos de sus libros y enseres que hizo en Filadelfia y con trabajos ocasionales y reseñas para los periódicos neoyorquinos. Al principio se estableció en una espaciosa granja a orillas del Hudson (la Finca Brennan), y vivió allí seis o siete meses, esperando que la salud de su esposa mejorara, al igual que su situación económica. Ninguna de los dos cosas ocurrió; pero en esta granja Poe escribió la última de sus historias policíacas, “La carta robada”, y su poema más famoso y universal, “El cuervo”, traducido en su época, en Francia por Mallarmé, y en Venezuela por Pérez Bonalde, entre otros, versiones que pasan por ser las más perfectas que se hallan logrado en otro idioma, del magistral poema. Allí, su creador pone en práctica lo mejor de su credo poético: dominio de la rima interna, variación de las estrofas, ordenación de las vocales hasta encontrar vibraciones y delicadas resonancias musicales. En este texto, según un crítico, “La unión de esa lengua artística y esa disposición magistral desembocará finalmente en un punto donde el contenido recuerda casi el encanto melancólico de una antigua música fúnebre y se funde con el ritmo en una unidad mágica”. “El cuervo” fue publicado por primera vez en Nueva York, en el Evening Mirror, en enero de 1845. En este periódico, Poe había entrado como uno de los redactores y su actividad allí duró varios meses. El poema trajo una legión de malos imitadores a lo largo de todos los Estados Unidos, incluso en Inglaterra, y fue recitado por su autor en varias ciudades.

Más tarde, trabajó en otra publicación: el Broadway Journal, y suscitó una candente polémica donde acusó de plagio al escritor neoyorquino Henry Lonfellow. Esta situación originó otro escándalo literario entre los escritores citadinos, sin tomar partido el propio Longfellow, y que obligó después a Poe a rectificar el tono de sus ideas, a veces un tanto duras e injustificadas contra dicho autor. Sin embargo, dejó un ácido resquemor entre los círculos literarios de la ciudad y por el cual le pasaron factura. En este periódico, el poeta ejerció la crítica teatral, hizo reseñas de espectáculos y dio conferencias. Hizo vida social y su casa se convirtió en centro de reuniones de intelectuales. Los tiempos parecían ser dichosos pero la salud de su esposa Virginia empeoró. Su fama se acrecentaba, pero continuaba tan pobre como antes.

Los años 1844-45 fueron, pues, muy movidos para Poe y su familia en N.Y. Primero se trasladaron a la Finca Brennan en el Alto Manhhattan, (donde, como ya vimos, escribió "El cuervo" y actualmente existe una calle con su nombre, por la cual pasé y tomé fotografías) y después de ocho meses, en febrero de 1845, se mudaron a 15 Amity Street (o calle de la Amistad, hoy 15 West 3rd. Street, cerca de Carmine Street, donde había vivido cuando llegó por primera vez a la ciudad); meses después se mudó a otra residencia cercana y luego el mismo año de nuevo volvió a la calle Amistad no. 85 (hoy 85 West 3rd). Este último inmueble hoy está restaurado y pertenece a los predios de la Universidad de Nueva York.

Se presentó el fatídico año 1846. Poe comenzó a escribir una serie de artículos para una revista muy popular de Filadelfia, lo cual llegó a convertirse en esa época en su única fuente de ingresos. Los artículos se centraban en el ataque frontal a los escritores neoyorquinos. Los autores que allí se nombraban, para muchos críticos, han pasado a la posteridad gracias a las opiniones de Poe, dándole la razón por las ideas expresadas. Pero los autores aludidos atacaron al poeta en uno de sus puntos flacos, la bebida, y elaboraron un retrato grosero y grotesco del autor de “El cuervo”. Poe expresó: “Mis enemigos atribuyen la locura a la bebida y no la bebida a la locura”.

Por el escándalo armado y por la salud de Virginia, el poeta se retiró al campo, a la aldea de Fordham, (hoy día distrito del Bronx), donde alquiló una casa de campo. (A esta pequeña cabaña que ahora fue mudada unos cuantos metros más al oeste, hice yo una religiosa visita en 1995, durante una estadía corta en Nueva York, como un secreto homenaje a Poe). Allí agravó la salud de Virginia y luego murió. Estaba casi en la miseria en esos días. Desconsolado se sumergió en una crisis continua que lo mantuvo en cama varias semanas, al cuidado de su tía. Sin embargo, saliendo a flote, y en un rapto de inspirada melancolía, en esos días escribió poemas tan importantes como “Ulalume”, “The bells”, y su magistral ensayo-poema de aliento cósmico-metafísico, Eureka. En una carta expresaría de esta obra: “Ya no me queda nada más en la vida después de haber escrito Eureka”. En este texto intentaba Poe, nada menos, dar una explicación del universo, basada en una embriagada especulación poética y religiosa que no desdeña los tintes científicos.

Otras obras escritas allí fueron: “Hop-Frog”, y “La barrica del amontillado”. Medio recuperado, después de una breve escapada a Richmond para hacer algunos contactos literarios y por cierta nostalgia de sus años infantiles, y en la cual estuvo casi todo el tiempo borracho, volvió a Nueva York no sin antes hacer una escala en Providence, Rhode Island, donde vivió una pasión excéntrica con una viuda cuarentona, con la que estuvo a punto de casarse. A su paso por esta ciudad, a lo mejor también sembró el germen que enfermó a uno de sus nietos contemporáneos: el visionario H. P. Lovecraft.

Los últimos tres años de Poe tienen como centro a Nueva York con estadías cortas en Boston y Richmond. Para su biógrafo W. Lenning estos tres años, “son de una monotonía torturante y desconsoladora, un errado torbellino de excesos, derrumbamientos y amoríos histéricos, cuyas causas tal vez haya que buscarlas en un creciente desmoronamiento de su personalidad”. En junio de 1849 sale definitivamente de Nueva York y en octubre del mismo año muere en Baltimore a los 40 años. Había nacido en Boston en 1809. Su periplo por esta seductora y a la vez desgarradora ciudad, estaba concluído. Como afirma Lenning: “El escritor había viajado a Filadelfia y luego a Nueva York, con la seguridad de que las posibilidades de publicidad eran bastante mayores en estos estados que en el estancado Sur, pero no consiguió hacerse a la mentalidad yankee, cuyos axiomas eran -y son- optimismo, creencia en el progreso y mejora del mundo”.

Lecturas:

1. Walter Lenning, E. A. Poe. Editorial Salvat, Barcelona, 1985.

2. Julio Cortázar, Edgar Allan Poe. Ensayos y críticas. Alianza Editorial, Madrid, 1973.

3. A.H. Quinn, Edgar Allan Poe. A critical biography. New York, 1941.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Edward Said y las causas perdidas

Por: Ennio Jiménez Emán



A Edward Said lo descubrí por primera vez a mediados de los años 80 en la revista cultural Escandalar que dirigía mi amigo, el poeta Octavio Armand, en Nueva York, y que vendían algunas librerías de Caracas. Allí leí varios trabajos suyos, entre los que recuerdo el ensayo “Abecedarium Culturae”, texto denso lleno de sugerentes ideas sobre filosofía, literatura, artes, música, lingüística, antropología y otras disciplinas, y donde se entrecruzan planteamientos sobre la modernidad literaria y artística e igualmente las vanguardias, ideas originales sobre psicología, sociología y política entretejidos con los discursos plásticos y literarios. Estas ideas me resultaron, pues, muy claras y sugestivas, aunque finalmente no sé en que libro de Said fue incluido este “Abecedarium Culturae”.

Lo cierto fue que posteriormente continué topándome con ensayos, crónicas y estudios suyos esparcidos en periódicos, revistas y magazines culturales de varios países y traducidos a diferentes idiomas, pero era bastante difícil encontrar sus libros en librerías venezolanas e incluso latinoamericanas, porque parecían no haber sido traducidos. Sin embargo estos, escritos en inglés, circulaban sobre todo en Estados Unidos e Inglaterra, Israel, y países del mundo árabe como Egipto, Arabia Saudita, Líbano, Argel, entre otros. Así, pues, poco a poco se fue traduciendo su obra al español y otros idiomas y se fueron conociendo y difundiendo mejor sus ideas.

Más tarde alcancé a leer las páginas de su intensa, honesta y dolorosa autobiografía Fuera de lugar. De este libro opinó Salman Rushdie que era “un acto intensamente conmovedor de reivindicación y comprensión, el retrato de una educación transcultural, y a menudo dolorosa”. En las líneas finales del texto Said, ya enfermo de cáncer, estuvo luchando contra el insomnio y viendo que no había medios para vencerlo, decidió entregarse a él hasta ir perdiendo las fuerzas y morir agotado, pero en combate y con toda su energía.

Said nació en Jerusalén en 1935 y murió en 2003 en Nueva York. Fue profesor académico en varias universidades de Estados Unidos, sobre todo en Columbia, e invitado en Inglaterra a otras tantas. Sobre política escribió sendos libros y cientos de artículos esclarecedores, especialmente sobre el asunto palestino y sus repercusiones en el Medio Oriente y la escena internacional. Palestina está en la base de su pensamiento, esa tierra que sigue siendo arrasada por la barbarie de una cruel guerra sin fin donde, como afirma el escritor judío David Grossman, la muerte es una forma cotidiana de vida y el enfrentamiento no se lleva a cabo sólo entre palestinos e israelíes sino “entre los que no están dispuestos a ceder a la desesperación y los que intentan convertirla en una forma de vida”. Igualmente sus escritos sobre el humanismo occidental clásico y contemporáneo exponen ideas certeras, esclarecedoras, bien argumentadas y brillantemente expuestas.

En su libro Reflexiones sobre el exilio (Editorial Random House Mondadori, Barcelona, 2005), se recogen ensayos suyos sobre los temas que hemos mencionado con anterioridad y de aquí selecciono uno dentro de esta selva de conocimiento, erudición y buena escritura, que particularmente me llamó la atención. Es un ensayo sobre las “causas perdidas”, no sólo en política o historia, y que ya sabemos que en la cruzada política y desde “la narración global del poder” del mundo occidental del pasado siglo, corresponde a los pueblos minoritarios, aborígenes, comunidades negras, campesinas y gitanas marginadas de los epicentros culturales, y que sin embargo afirman contra viento y marea su supervivencia y autodeterminación, incluso en el presente siglo, sino que Said estudia cierta “narrativa de los perdedores” en la literatura europea, o más precisamente, en cuatro novelas: el Quijote, de Cervantes, Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, La educación sentimental, de Flaubert y Jude el oscuro, de Thomas Hardy. Por supuesto el ensayo relaciona estas obras con sus contextos sociales y epocales y da pie a Said para reflexionar y repensar su actividad y la de sus correligionarios en el contexto de los últimos cuarenta años en el mundo árabe y del Islam en general, muy especialmente el conflicto árabe-israelí. Aquí me centraré sólo en el comentario literario, humanístico y filosófico de estas obras siguiendo la pista de los juicios de Said y asomando algunas opiniones mías.

Para ubicar y abarcar la intención y la característica existencial de los personajes de estas tres novelas, Said echa mano de un concepto que el crítico György Lukacs expone en su Teoría de la novela, según el cual el Quijote y La educación sentimental expresan a través de sus personajes una suerte de “romanticismo de la desilusión”, en donde el concepto del tiempo es percibido como ironía y donde “el héroe individual lucha por lo que nunca consigue: la correspondencia entre su idea y el mundo”. Según Lukacs en el mundo moderno la novela sustituyó a la épica. Mientras esta última presentó un mundo de dioses y héroes, la novela a partir del Quijote refleja “un mundo caído al que Dios ha abandonado”. De esta manera, comenta Said, los personajes de estas tres novelas “no pueden adaptarse realmente al mundo histórico y secular porque están habitados por los recuerdos de lo que han perdido”. Por supuesto que Don Quijote no pudo restablecer la época caballeresca ni tampoco revivir los ideales del Amadís de Gaula, pero, argumenta Said, “la fuerza de su convicción es tal que llega incluso a someter la sórdida realidad de este mundo nuestro, extremadamente falto de heroísmo” a “un idealismo cuyo convencimiento y fervor parecen mirar atrás, a una época que ya ha desaparecido”.

Otro tanto ocurre con los dos personajes principales de la novela de Flaubert, Frédéric Moreau y su amigo Deslauriers, quienes llegan a París llenos de sueños y ambiciones: intentan convertirse en el futuro en escritores, intelectuales o filósofos y luego en políticos encumbrados. Pero nada de esto logran. Diversos sucesos y acontecimientos van truncando sus sueños, incluyendo los días de la llamada revolución de 1848. El espíritu de la revolución y de Francia han dejado de existir ya que Napoleón III, sobrino de Bonaparte, domina el país. Moreau sobrevive y va del ocio de su inteligencia a la “inercia de su corazón” y no puede concretar ninguno de los sueños intelectuales de su juventud. Para referirse al estado donde caen los personajes de Flaubert, Said cita una frase de Max Weber para quien el mundo moderno no es un lugar de perpetuo veraneo sino “una noche polar de gélida oscuridad y dureza”.

Jude el oscuro, la última novela del escritor irlandés Thomas Hardy describe un personaje sin ningún aliento de esperanza, para quien se hace imposible alcanzar algún logro: es el rey de las causas perdidas. Jude Fowley, joven campesino, empieza su camino de ambiciones y trata de completar una carrera universitaria para así obtener conocimiento, éxito y reconocimiento social. Pero no ve concretada ninguna de estas metas. En el camino conoce el dolor, el desengaño y la pena. Las dos mujeres que entran en su vida tampoco le brindan el sosiego deseado. Así, se va decepcionando hasta llegar a la degradación y finalmente a la muerte.

Para Said el personaje de Hardy va al extremo, incluso más allá del de Cervantes y Flaubert. Escribe Said: “mientras Don Quijote y Frédéric Moreau podrían haber sido capaces de alcanzar algún logro, el uno como caballero y el otro como joven relativamente rico y de buena educación, Jude está incapacitado desde el principio. Hardy se ocupa de que ambas circunstancias y sus propias incapacidades socaven todo lo que hace”. Y más adelante arguye Said irrevocablemente: “Lo que la novela ofrece, por tanto, es una narración sin redención (…) Lo que quedan son las ruinas de las causas perdidas y la ambición derrotada”.

En la novela Los viajes de Gulliver (“un libro que sin duda no es una novela, sino una sátira política con un final extremadamente deprimente”, comenta Said) Swift lleva su personaje primero a un país diminuto, Liliputh, donde por su tamaño es dueño de una fuerza impresionante y colosal, pero a la vez posee como contraparte una evidente debilidad de carácter y ceguera social y política. Luego lo ubica en Brobdingnag, donde ahora es enano en un país de gigantes en el que una vez más “ni su agilidad relativa ni su gran experiencia le sirven de mucha ayuda”; allí no se le concede a Gulliver ni una pizca de gracia redentora: desde la perspectiva de los habitantes de Brobdingnag, todo lo noble o bueno parece ser terriblemente depravado. Swift deja en el aire un sentimiento absoluto de derrota.

Y según lo que exponen estos cuatro autores en sus obras tardías leídas por Said, el optimismo ingenuo de sus primeras obras y también presente en gran parte de la literatura occidental en general, de que “al final de los tiempos el bien prevalecerá y el mal será derrotado”, queda superado o anulado. Esto parecería expresarse, como piensa Said, en ciertas obras tardías de autores occidentales (y también orientales). Pero también sabemos que de por sí la vida es una “derrota”, ante las pocas posibilidades que tenemos frente a la muerte, pero precisamente, pienso yo, esta derrota es lo que le confiere un sentido particular a la vida.

Si pasamos de la literatura a la vida pública, entonces las “causas perdidas” toman otro sentido más práctico. Said reflexiona honesta y sabiamente en torno a su compromiso con la causa palestina y habla de las diferentes guerras donde el pueblo judío y el palestino se han visto llevados a protagonizar una lamentable tragedia humana. Indudablemente, como afirma Said, los palestinos tienen derecho a aspirar a construir una nación y aspirar a poseer una tierra natal. Pero los errores de ambos pueblos los han precipitado a una absurda guerra, que no se resuelve por los obstinados representantes radicales de ambos lados, que no quieren la paz.

Said puntualiza con lucidez que después de todas estas guerras territoriales y firmas de acuerdos de paz frustrados, “algo que comenzó con esperanza y optimismo, terminó con amargura o desilusión y decepción”, dándole forma a una “causa perdida”. Y refiriéndose a los judíos afirma que “fueron derrotados y destruidos una vez y consiguieron regresar en una fecha posterior” (Esta idea de la “derrota” histórica y existencial del pueblo judío también la sostenía Walter Benjamin). Entonces, escribe Said, la verdadera condición de una causa perdida humana, existencial -o política- “no queda ni incapacitada por un sentido paralizante de la derrota política ni impedida por el optimismo sin fundamento y la esperanza ilusoria”. Somos “derrotados”, pienso yo, pero hay que comenzar de nuevo sin ninguna garantía.

Como escribió Said al final de Fuera de lugar, cuando estaba en tratamiento de su enfermedad, siendo víctima del insomnio y de los trastornos corporales que ella conlleva, encontraba ratos de lucidez para reflexionar sobre la vida y la existencia, y entonces el insomnio y la posibilidad de no poder descansar se convertían en su última bendición: “Para mí no hay nada tan vigorizante como dejar atrás rápidamente el sopor después de haber perdido la noche”. O como afirma David Grossman en las primeras páginas de su crudo y poético libro La muerte como una forma de vida: "A veces, la reformulación de una situación que parecía ya perdida, eternizada y fosilizada, permite recordar que no existe en realidad ningún decreto divino que nos condene a ser víctimas irredentas de la apatía y la parálisis”.

sábado, 15 de mayo de 2010

Saludo a Sebastiani

Hola Alejandro, qué te parece como quedó la entrevista, la fraccioné para adapatarla a los dos dos blogs, te agradezco cualquier comentario que quieras enviarme para así intercambiar ideas, juicios, opiniones en general, etc. Saludos. E.J.E.

domingo, 18 de abril de 2010

Diálogo con la voz poética de Ennio Jiménez Emán


Por: ALEJANDRO SEBASTIANI VERLEZZA (Fragmento de entrevista en la revista literaria ATENEO, Caracas, 2007).



Alejandro Sebastiani. Foto: E.J.E. 2008.


Nació en Caracas, en 1952. Es Licenciado en Letras por la Universidad Central de Venezuela. A primera vista su aspecto puede reflejar a un hombre reservado, silencioso, acompañado de cierto dejo melancólico, quizá nostálgico, por alguna imagen en este momento incognoscible; pero estaríamos construyendo una descripción vaga e inconclusa si no decimos que esa aparente taciturnidad fácilmente se puede transformar en celebración de la palabra, el lenguaje y el pensamiento, más cuando se encuentra en compañía de aquellos que lo estiman y están signados por lo báquico, lo lúdico y lo onírico. Desde este terreno se desprenden sus incesantes reflexiones sobre la literatura y las artes plásticas, disciplinas que dentro de su concepción no están reñidas y pueden fundirse en una sólida materia.
Asoma ideas que pueden estar alimentadas bajo el influjo de poetas místicos, románticos o surrealistas, forjadas desde el estudio paciente que sólo otorga el tiempo y la experiencia. Expresa que dentro de las profundidades de lo artístico se esconde un elemento sustancial, una materia incorpórea que escapa a los límites del pensamiento racional; pero muy bien sabe que al girar permanentemente en torno al ejercicio de la interpretación filosófica y poética se puede atisbar y con suerte palpar aquello indescifrable, indecible y misterioso que envuelve al hecho creativo; de esta manera abre los surcos hacia el escurridizo terreno ensayístico para encauzar sus preocupaciones estéticas, asombros existenciales, religiosos y filosóficos, que en su caso han desembocado en obras como Las voces ocultas, Diario nómada, Aracné, Notas apocalípticas, y los inéditos lmaginal y La habitación de Jano.

¿Cómo se ha dado el proceso de buscar un propio lenguaje, una propia lengua, para formar su propia voz literaria?
—He ido tanteando a través del infinito tejido lingüístico y al calor de mis propias experiencias y lecturas. He leído bastante, pero a la par he vivido intensamente. No soy un escritor prolijo, que produce abundantemente, profesional; aunque no cuestiono eso, pero en mi caso la escritura es difícil, ardua, dolorosa, fragmentaria. No escribo textos o artículos de un tirón, sino que la escritura en mí adviene por fragmentos, tres cuartillas, por decir algo. Todavía ando en ese proceso, no creo que sea escritor, por lo menos no en el sentido convencional. Soy un lector, un hombre de letras y de pensamiento que voy hilando mi discurso.

¿Cuáles fueron las primeras lecturas? Me refiero a los libros que de alguna manera lo conmovieron...
—Siendo joven leí mucho los cuentos, novelas y ensayos de Cortázar. Rayuela la leí también como un ensayo y como una obra filosófica que me influyó. Creo que me influyeron sus ideas sobre la literatura, que eran muy contemporáneas y novedosas. A partir de él absorbí lo contemporáneo. Siempre he leído también a los buenos poetas de todas las épocas, que de alguna manera deben haber influido en mi escritura, no sólo poética, ya que en algunos momentos de mi vida la he escrito y ahora mismo tengo un libro recién concluido, sino en la escritura ensayística. Hay en mi escritura reflexiva y ensayística un tono como melancólico, un deseo de síntesis, una reflexión a partir de la imagen que considero poéticos. Creo que más bien hago escritura creativa, ensayos de interpretación poética. Por otro lado, creo que también me marcaron los libros de Kafka y de los surrealistas y algunos libros ocultistas y de viajes que leía desordenadamente.

¿Para qué se escribe?, ¿por qué se escribe?, ¿qué lo impulsa?
—Eso es diferente en cada escritor, en cada creador. Se puede escribir por aburrimiento, para llenar el vacío, para no morir, para amar, para no dejar de amar; para alucinar, para pelear; por razones políticas, sentimentales, existenciales, en fin. En mi caso depende del momento, la motivación o la situación, puede tener varios motivos. A veces la escritura la motiva un sueño, una lectura, una injusticia, una imagen cotidiana, un sentimiento vago, unos ojos tristes, la melancolía de los días... El mecanismo de la escritura es lúcido y a la vez misterioso.


La escritura autorreferencial de Ennio Jiménez Emán.

Diario nómada es la última creación literaria del ensayista, actualmente residenciado en San Felipe, estado Yaracuy. Presenta en el texto una estructura fragmentaria pero con sugerencias variadas, desde sus experiencias vitales, pasando por las lecturas que realizó en el lapso de tiempo que estuvo escribiendo el libro; también evoca recuerdos personales y amistades. Se trata de un libro ecléctico, con un ritmo escritural que absorbe al lector en las anécdotas narradas. Ágil y al mismo tiempo profundo, está siempre presente en el texto el tono ensayístico y reflexivo, donde está presente cierta nostalgia, la de lo que se podría o se pudo haber vivido. Cuenta que se trata de un diario experimental, una suerte de collage literario. Al respecto agrega: “En el lapso de su escritura (2000-2001) yo estaba pasando por un momento especial. Había viajado varias veces a Europa y guardaba imágenes y recuerdos frescos. Estaba también leyendo diarios de escritores y pensadores que seguramente influyeron en su escritura: Salvador Pániker, Arrabal, Ciryl Conolly, Baudrillard”.


¿Por qué específicamente un diario y no un ensayo, por ejemplo?
—Sentí que a través de este medio podía expresar libremente mis pensamientos lecturas, obsesiones, y a la vez podía incluir elementos autobiográficos. También pasaba por una situación sentimental-amorosa muy particular que igualmente incluí en el texto. Conolly había hecho lo mismo en un diario muy parecido al mío, que me dio a conocer Sael Ibáñez, pero que leí ya finalizando el libro. Es un libro abierto. Quizás un día de éstos lo retome y continúe, quién sabe. En Venezuela la escritura de Diarios es muy escasa. Miranda llevaba uno monumental, es el precursor, doblemente precursor. Blanco Fombona es el segundo en importancia. En nuestros días el diario literario de Alejandro Oliveros es muy interesante.


También noto una gran preocupación por el tema de la globalización y la alienación del hombre ante la propaganda y lo postmoderno.
—Sí, la cosificación del hombre y todo eso no es sólo un cuento de camino, es algo real. Las máquinas han apartado al hombre de nuestro tiempo de muchas cosas esenciales de su condición. Esta crisis espiritual y vacío humanístico ya había sido avizorada por los escritores románticos europeos de los siglos XVIII y XIX, y fue recalcada por los pensadores y escritores existencialistas. Luego por los escritores de la Contracultura, ya bien entrado el siglo XX, cuando el pensamiento racionalista y la barbarie técnica fueron llevados a límites aberrantes, a extremos peligrosos. Hoy en día la tecnociencia es más sofisticada y seductoramente peligrosa. El afán prometeico del hombre ha convertido a la ciencia y a la técnica en dueños del planeta, poniendo en peligro el equilibrio ecológico y la supervivencia de la especie.


Literatura y Artes Plásticas: entre el “signo y el garabato”.

Usted tiene un trabajo como artista plástico, de hecho, una de las técnicas con la que trabaja es el collage. ¿Cuándo comenzaron esas inquietudes? ¿Eran paralelas con lo literario?
—Sí, desde pequeño siempre he garabateado en un papel. Mis inquietudes plásticas han ido a la par con las literarias. En bachillerato muchas veces mientras el profesor disertaba yo emborronaba la parte trasera del cuaderno. Con frecuencia me han seducido e inquietado “el signo y el garabato”, para usar un título de Octavio Paz. Ambos constituyen una tentativa y una tentación frente al vacío de la página en b1anco. Una palabra que se borra, un trazo que se aclara. Mi búsqueda actual en la plástica oscila entre dos lenguajes contemporáneos: la abstracción lírica o informalismo y el collage.


¿El lenguaje propio de la plástica podría unirse con el literario? ¿Cómo confluyen en usted estas dos ramas del arte?
—En mis dibujos abstractos muchas veces incorporo textos literarios o textos vacíos que no dicen nada, letras sueltas. Son recuerdos y recuentos sígnicos de lo que suelo percibir frecuentemente en la calle, en las paredes, en los muros esconchados, en alguna frase pronunciada o leída. El lenguaje también puede tener cuerpo y estructura plástica, por ejemplo en el arte islámico, donde se induce a la oración y a la vez se dibuja con la escritura. Tápies es un buen ejemplo de cómo incorporar la escritura a la pintura y elaborar un lenguaje plástico. Indudablemente plástica y escritura, y por qué no, literatura, tienen muchas posibilidades, muchos puntos en contacto.